Así se fabrica la cal de Morón de la Frontera, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en la Serranía Suroeste Sevillana

Es un viernes diez de mayo. La tarde ha sido calurosa, pero la noche ha caído fresca, especialmente a los pies de la Sierra de Esparteros de Morón de la Frontera.

Así se fabrica la cal de Morón de la Frontera, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, en la Serranía Suroeste Sevillana

 

Ha anochecido cerca de las diez menos veinte y la oscuridad es cerrada, salvo en un punto que se empeña en ser la excepción: brilla con fuerza y desprende un calor abrasador.

Se trata del horno de cal de la empresa Gordillos Cal de Morón, que está preparando una nueva remesa del preciado material, el oro blanco que la Unesco declaró Patrimonio Inmaterial de la Humanidad en noviembre de 2011.

Una de las razones principales por las que recibió este distintivo fue lo que hace a la cal de Morón algo único en el mundo: su fabricación artesanal. La empresa que dirige Isidoro Gordillo consigue un material de calidad superior, con propiedades ecológicas, componente fundamental para trabajos de restauración en grandes edificios históricos y monumentos de todas partes del mundo. Algunas de las obras más significativas son los leones de la Alhambra o la Catedral de Málaga.

 

Todo ello siguiendo un proceso lento, que dura semanas en las que el horno funciona durante las 24 horas del día, vigilado constantemente por los últimos caleros para conseguir la cocción perfecta de la piedra caliza.

Antes de encender el horno, este ha debido ser construido siguiendo un proceso de selección de piedra muy exigente. Necesita el material un 98% de carbonato cálcico para poder conseguir la máxima calidad del producto. Además, no vale cualquier piedra: todas pasan por un casting de tamaño y forma para ser colocadas con mimo y esmero, formando un puzzle 3D de cinco metros de diámetro y ocho de altura que albergará un enorme fuego durante varios días. Y este necesita vigilancia constante.

Esa noche le toca el turno a Juan Gordillo, que sentado junto a un imponente montón de leños apilados al pie del horno. La única fuente de iluminación es la artificial de la maquinaria que procesará la cal, pero palidece en cuanto el calero abre la pequeña puerta metálica del horno para avivar las llamas.

Lo hacen con madera de olivo, la que más respeta al medio ambiente, porque su combustión apenas produce ceniza y carbón. Además, la leña aporta más grasa a la cal, lo que permitirá su mejor adhesión a la superficie. Esta tarea la tendrá que repetir a lo largo de la noche. «Nos vamos relevando en turnos de ocho horas», explica Isidoro Gordillo hijo. A él le tocará, junto con otros caleros, remangarse temprano para reponer el barro, la arcilla caliza de la cúpula.

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Es la compostura, una de las labores más duras de la fabricación de la cal. De noche, con la agradable temperatura, estar cerca de la cúpula es agotador. El calor de las enormes llamaradas, que se ven a través de pequeños huecos, es muy alto y sofocante. Y a eso se tienen que enfrentar los caleros durante el día, con el sol de justicia y «900 graditos», comenta Gordillo padre. Pero no pueden permitir que la arcilla se agriete. De ella depende la protección del horno.

Un trabajo artesanal que, por tanto, necesita un alto componente vocacional. Todo está cuidado al más mínimo detalle, desde la colocación de las piedras (y su selección) hasta la temperatura del fuego. Y todo ello siguiendo un proceso tradicional del que, sin embargo, no había ningún tipo de documentación histórica, solo algunos matices heredados de la cultura romana y árabe, y que, en Gordillos, han ido perfeccionando en los últimos años.

Dedican toda su atención y experiencia durante los 20 días que aproximadamente dura el proceso. La temperatura es un factor clave, y se mide según el color del fuego, el proceso de combustión y su efecto sobre el color del humo y de la piedra, pero también su dirección.

Esta visita se realizó cinco días después del encendido del horno, el pasado cinco de mayo, y es la primera vez que sucede en 2019. «Depende de la demanda, pero lo normal es que el horno se encienda una o dos veces al año», explica Isidoro.

Cuando concluya, habrán podido extraer una nueva remesa de un producto, la cal artesanal de Morón, de gran valor, permitiendo la edificación sostenible,restauración, conservación del patrimonio, interiorismo limpio, absorción de CO2, en su proceso de endurecimiento, mejora la calidad del aire de los espacios habitados… Una seña de identidad de Morón de la Frontera.

Un reportaje de Juan Luis Mármol para ABC

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