Anita ‘La Cortijera’ enseña en Instagram cómo es la vida de una joven que trabaja en el campo

Ana María Martos, nacida hace 18 años en Baza y criada en el pequeño pueblo granadino de Cantarranas (200 habitantes), se ha convertido en todo un icono de las redes sociales acercando el campo a las pantallas de los más de 61.000 aférrimos seguidores que acumula en Instagram y Facebook

Anita ‘La Cortijera’ enseña en Instagram cómo es la vida de una joven que trabaja en el campo

Martos todavía no sabe explicar qué es lo que ha pasado. “Yo a la gente le he caído en gracia y estoy muy agradecida”, reflexiona la joven al teléfono con Verne. “Es una cosa muy rara. Yo me hice el Instagram hace dos años pero no fue con esta intención”, apunta. Todo empezó como cualquier otro día cuando fue con su abuelo a comprar pienso para sus animales. “Nos quedamos tomando una cerveza y allí conocí a un chico que era muy como yo, que le gustaba el campo y los animales. No volví a verlo y como le veía catetillo como yo dije: este no va a tener Whatsapp ni nada”. Como no había forma de encontrar al chico, pensó “‘Pues me voy a hacer un Instagram para que la gente del pueblo hable de mí y a ver si el niño se entera de que estoy interesada’”.

Pero su alegría, su desparpajo y su afán por la vida en el campo le han llevado a convertirse en la voz joven de un mundo rural que está cada vez más vacío. Durante el verano, la rutina de esta joven ha consistido en levantarse todos los días a las seis y media de la mañana para ir a trabajar la tierra, hacer un parón para comer y seguir hasta acabar la jornada a las nueve y media de la noche. Los fines de semana es camarera en un bar del pueblo, una intensa vida laboral compatibilizada con el instituto y la EBAU que, asegura, “me ha salido muy bien” a pesar de la llegada de la pandemia.

Su perfil de Instagram es todo un libro abierto sobre las labores del campo, algo “que cada vez se conoce menos”, en opinión de la joven. Por eso, Ana María Martos se graba plantando brócolis, cosechando habas, recolectando patatas y amarrando ajos para que “la gente de las ciudades sepa de dónde viene lo que tiene cada día en el plato”. Por explicar, explica hasta el ciclo de reproducción de las cabras y trucos caseros para evitar plagas en las cosechas.

Además de mostrar la realidad del campo y reivindicar la importancia de la agricultura y la ganadería, Martos aprovecha para hacer tutoriales sobre cómo alpacar -hacer fardos de la paja sobrante del cereal-, ordeñar, ablentar la cebada -separar el grano-, fabricar quesos, podar parrales e incluso cómo vestirse para evitar que el sol cause estragos después de una dura jornada de campo. “Yo sé de muchos jóvenes que no quieren trabajar en el campo porque no les llama”, explica. “Y, sin embargo, ahora muchos me escriben para contarme, por ejemplo, que se han ido a cosechar patatas con sus abuelos y que les ha encantado. A mí eso ya hace que me dé por satisfecha”.

La cercanía con sus seguidores es tal que Ana María Martos aprovecha los ratos muertos entre labor y labor para bromear sobre las dificultades del campo y las grandes diferencias entre ciudades y pueblos. En uno de sus vídeos más virales, con más de 120.000 reproducciones, enseña su todoterreno “color polvo” que utiliza a diario para trabajar: “No cualquiera tiene un coche color polvo, esto en ningún concesionario lo vais a encontrar. ¿Cómo se consigue? Pues muy fácil, te pones a dar viajes para arriba y para abajo en busca de agua o lo que estés buscando y ya está, no tienes que llevarlo ni al taller para que te lo pinten”.

En otra publicación, con más de 60.000 reproducciones, se le puede ver paseando por un cultivo mientras bromea diciendo: “Mi gente, mirad, qué pasarela, estas son las pasarelas de los garrulos. Qué se creerán los pijastros de la ciudad. Aquí lo pasamos divinamente”.

“Somos lo que somos gracias a los que vinieron detrás”

Aunque sus prácticos vídeos y su actitud dicharachera la han hecho más conocida, Anita La Cortijera, como ella misma se denominado en Instagram desde el principio, dio el salto a la fama a mediados de abril tras publicar un vídeo en pleno estado de alarma abroncando a todos aquellos que hacían caso omiso a las medidas de seguridad aprobadas por el Gobierno para frenar el coronavirus. “Esto ha pasado para que nos demos cuenta de que nadie es eterno. Aquí nadie se va a librar de morir -ni vosotros, ni los animales, ni yo- pero ahora, que duremos más o menos, depende de nosotros”, aseguraba desde su corral en el vídeo que publicó en su Facebook, su otra red social, y que llegó a alcanzar el millón de reproducciones.

“Me molestó mucho cómo se habían tomado algunos la situación”, apunta meses después. Además de hacer una labor de concienciación sobre el coronavirus, Martos aprovechó el vídeo para subrayar la importancia de los trabajadores en el mundo rural: “Con esto todos os podéis dar cuenta de lo que hacemos la gente del campo. Esa leche que estáis comprando bien pronto en el supermercado, metida en un brick bonito, es la leche que mis vecinas han ordeñado. Dependéis de nosotros, así que tenéis que tener conciencia”.

No obstante, ella es muy consciente de la realidad y quiere tener una alternativa por si las cosas en el campo no tienen final feliz. “La vida aquí en el campo es muy sacrificada. Tienes que estar día y noche trabajando y ahora mismo no da buen rendimiento, casi ni se gana para pagar los gastos. Me voy a ir a estudiar Educación Social a Almería porque hay que tener una alternativa”, reflexiona. “Estoy temiendo que llegue la fecha. No me gustan las ciudades, no sé usar el ordenador muy bien y a mí me gusta estar aquí, en el campo. Quiero volver. Quiero estar donde siempre he estado”.

“Las mujeres en el campo se tienen que ver”

El perfil de esta joven en las redes sociales es un soplo de aire fresco en el reto demográfico al que se enfrenta el mundo rural desde hace varias décadas. Si la pirámide poblacional ya está demasiado invertida a nivel nacional, en el campo el desequilibrio es aún mayor. Según los datos del Padrón Municipal elaborado por el Instituto Nacional de Estadística (INE) en 2019 ya había 500 pueblos sin jóvenes de entre 20 y 25 años y son más de 3.000 los que cuentan con menos de una decena de habitantes en este rango de edad (casi un 40% del total de municipios).

La presencia de mujeres y hombres jóvenes en el campo es una de las claves para los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, no solo para reducir la pobreza y mejorar la seguridad alimentaria a nivel global, sino también para cumplir otras metas como el crecimiento económico inclusivo, la reducción de la desigualdad y la lucha contra el cambio climático. “Hay mucha gente que no sabe lo que es un simple arado y son cosas que no deberían perderse”, asegura Ana María Martos. “Somos lo que somos gracias a los que vinieron detrás y hay que mantenerlo”.

Teresa Fernández, presidenta de la Federación de Asociaciones de Mujeres Rurales (FADEMUR), ve en la pedagogía el camino correcto hacia la recuperación de los jóvenes en el pueblo. Por eso cree que el perfil de Martos, con sus tutoriales y sus vídeos, es tan importante en redes: “Al final todo se tiene que enseñar y se tiene que aprender. Tienes que pisarlo y no escucharlo solo de oídas”. “Yo he visto libros de colegio que no prestan ninguna atención a los pueblos y hay quienes creen aún que el campo no sirve para nada”, lamenta.

Más allá de poder ser un imán para atraer a los jóvenes al campo, Fernández ve la presencia en redes sociales de una joven agricultora como Anita La Cortijeracomo una necesaria ruptura de prejuicios. “La gente sigue pensando que las mujeres rurales somos sumisas y reservadas, pero hay muchísimas mujeres que quieren dar a conocer lo que están haciendo, que luchan por salir adelante”, apunta. “Desde que se produjo la migración masiva al campo es como si mucha gente hubiera olvidado de dónde viene”.

Un pensamiento que también defiende Ana María Martos. “Las mujeres se tienen que ver. Se creen que no podemos llevar ni un tractor y podemos hacer lo mismo que los hombres en el campo. Nada más hay que tener un par de ovarios”, argumenta. Desde bien pequeña, su padre ya la llevaba a varear las aceitunas. Después, cuando creció, le enseñó a conducir el tractor que ahora utiliza a diario. “A mí me da igual lo que digan. Aquí todas las mujeres nos ponemos los pantalones: mis vecinas tienen la fábrica de leche, hay otra agricultora. Eso es lo que importa y lo que tiene que ver la gente”.

EL PAÍS

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