No es necesario profundizar en los desajustes que sufre nuestro modelo territorial, que tiene, como su mayor evidencia, un descalabro demográfico que afecta a amplias áreas de todo el país, las cuales en su mayoría no se adaptaron a los cambios económicos y sociales que se iniciaron hace medio siglo. En este contexto, el desarrollo de las ciudades como paradigma de oportunidades, de generación de empleo y de acceso a servicios de toda índole ha provocado polaridades, generando antagonismos territoriales, bajo los que se abren brechas que hoy, nos parecen insalvables. Y por si esto fuera poco, la globalización y sus dinámicas de competitividad territorial en procesos de producción, donde el principal factor de competitividad ha sido el precio, ha generado la tormenta perfecta que ha arrastrado a miles de municipios a convertirse en espacios residuales donde, además de menguar la demografía, se desdibuja el horizonte de cualquier posibilidad de futuro donde un joven asiente su proyecto vital.
No debemos, en este análisis, excusar a la gestión política de estas últimas décadas, la cual debería haber mitigado la hostilidad del mercado con estos espacios y, sin embargo, se conformó con actuaciones de baja intensidad orientadas a garantizar servicios básicos que, finalmente, en la mayor parte de las ocasiones han acabado sucumbiendo a las disfuncionalidades que asocia el proceso.
Aun así, en este nuevo tiempo que vivimos y cada vez con más contundencia se impone una nueva lógica que nos interpela sobre nuestra forma de habitar entornos cercanos y sus efectos en el conjunto del planeta. Nos interpela y pone en evidencia las consecuencias sobre la sostenibilidad que de ello se deriva. Las amenazas del cambio climático, de nuevas o ya no tan nuevas pandemias, de inseguridades que creíamos superadas, nos obligan a plantear nuevas formas de entender el progreso como parte de ese indivisible binomio que conforman la sostenibilidad y la generación de riqueza. Es decir, sin sostenibilidad ambiental, social y, añado, territorial, no habrá progreso. Se pueden generar espejismos, pero no habrá progreso. Es en esa nueva lógica donde las funcionalidades territoriales cobran un nuevo sentido y un paradigma que, parecía, habíamos olvidado. Unas funcionalidades que deben estar al servicio de una gestión territorial que responda a los desafíos que hoy nos plantea nuestra sociedad. Y resulta obvio que esos desafíos tienen mucho que ver con esa estructura de país capaz de aprovechar las oportunidades y afrontar los desafíos que nos plantea el presente y el futuro. Nuestra ruralidad y las ciudades medias son claves en esta nueva lógica y, si se me permite, en esta nueva forma de habitar el territorio. Una lógica que nos ha de proporcionar la dimensión humana de nuestras ciudades y recuperar el rol imprescindible de nuestras ruralidades en la gestión de los espacios y en el uso de los mismos para cuestiones tan básicas como la producción de alimentos de calidad, la gestión forestal, la garantía de preservación de la biodiversidad, los procesos de generación de bioeconomías de escala o la propia lógica de la seguridad en un sentido amplio. Y por supuesto, también de las seguridades sanitarias que con tanta crudeza ha puesto en evidencia el COVID-19.
El precio de creer en el espejismo de un falso progreso olvidando de nuevo los territorios rurales y nuestras propias fragilidades como especie será impagable para nuestra sociedad. Por esa razón, es imprescindible desplegar una hoja de ruta que desde la multigobernanza de todos los actores políticos y territoriales, asuma el reto de generar nuevas dinámicas políticas y, tal vez, retomar algunas que no lo son tanto con el objetivo de devolver a esos lugares olvidados de la (mal llamada) España vaciada un protagonismo que nunca debieron perder.
La Secretaría General para el Reto Demográfico tiene el claro objetivo de ser la (pequeña) polea tractora de esas grandes políticas que necesitan los territorios y que solo cobran sentido si están asentadas en el consenso y la multigobernanza. Sin olvidar que en este libro blanco, donde casi todo está por escribir, solo si damos voz y herramientas a los que aún viven y cuidan de estos pueblos podremos iniciar un nuevo camino, largo, sin duda, pero que nos permita dibujar muchos futuros para pequeños pueblos donde la vida y la esperanza sean semillas que vuelvan a germinar.
Artículo de opinión de Francisco Boya, Secretario General para el Reto Demográfico