Les voy a contar dos anécdotas. Una ocurrió hace unos 25 años y la otra el pasado viernes 22 de noviembre. En aquella participamos mi hija Alba que entonces tenía unos 6 años y yo. En esta Soraya y yo. El sábado 23 tenía que participar en una mesa redonda sobre cultura y desarrollo rural en Santurde de Rioja. La víspera cuando volvíamos de Arnedo de comprar calzado para el invierno, se veían las luces de El Villar de Arnedo y de Pradejón y Soraya comentó: “Pradejón va a llegar hasta El Villar”. Este es un pueblo que crece en todos los sentidos. En cuarenta años casi ha duplicado su población. La explicación: el cultivo de champiñón. Camino de casa repasaba lo de la cultura y el desarrollo rural y no se me iba de la cabeza la idea fácil, y además con rima, de que lo que realmente frena la despoblación no es la cultura, sino el champiñón y si no miren hacia Pradejón. Eso diría mañana en el debate.
Hace un cuarto de siglo la ONG Sodepaz montaba un puesto en el mercado del camino en Santo Domingo de la Calzada, en los días festivos en torno a la Inmaculada en diciembre, en el que se vendían productos de comercio justo, revistas y libros. Alrededor de cientos de puestos en los que se ofrecían embutidos variados, panes de diferentes harinas, vinos, artesanía del dulce y del queso y otras muchas cosas sabrosas en la degustación o de decoración. Incluso verduras, legumbres y patatas.
Había mucho movimiento y los visitantes-compradores se contaban por miles. Alba y yo, que algún día atendíamos el puesto de comercio justo, hablábamos mucho pero vendíamos poco. Alba, que se encargaba de las revistas y libros, porque siempre le ha gustado mucho leer, todavía vendía menos que yo que me encargaba del café y de otros productos del tercer mundo. Lo que más vendíamos era lotería de un número terminado en 07, por la vieja reivindicación de la ayuda al desarrollo.
“Papá ¿Por qué hay tanta gente donde los chorizos y a nosotros no nos compra nadie?” Me lo puso fácil para encaminarla en la vida y le dije que se dedicara a lo de los chorizos que de la cultura era imposible comer. No me hizo caso. Javi, el de mi pueblo, sí se dedicó a distribuir chorizos y otras viandas y hoy tiene varias casas rurales, varios coches, varios almacenes, varios camiones de reparto, varios obreros en su empresa… Los chorizos han contribuido al desarrollo de mi pueblo. Como el champiñón al de Pradejón. Aunque, todo hay que decirlo, donde esté el champiñón que se quiten los chorizos. Lo digo porque en mi pueblo cada vez somos menos, al contrario que en Pradejón.
Sirvan estas dos anécdotas para situar el debate: ¿Puede contribuir la cultura al desarrollo rural? ¿Cómo? ¿Nos tenemos que resignar a que el futuro rural dependa solo de cosas tan materiales como el chorizo y el champiñón?
En la jornada “Despoblación: un reto político (y poético)” celebrada el pasado día 27 de noviembre en Sigüenza, D. Jesús Casas (Tragsa) dijo que nosotros, que éramos la última generación rural de España, estábamos obligados a enseñarle a la sociedad a ver el mundo rural de otra manera, que el país tenía que ponerse las gafas de la ruralidad, entendí. Y dijo más, o cambiamos el modelo territorial que nos ha llevado a esto, o no haremos nada.
Esta propuesta no es fácil de aplicar porque nos exige un cambio de mentalidad sobre el modelo de producción y de consumo que nos permita un desarrollo en el que el bienestar de todos y de todo (incluyo la naturaleza) sea el objetivo a conseguir. En la dificultad para que este cambio se produzca es donde la cultura desplaza a los chorizos y al champiñón. La cultura nos ayudará a tener una mirada diferente sobre lo rural, sobre el territorio, sobre los recursos naturales, sobre el saber campesino que se está perdiendo… la cultura es para mí las gafas esas de las que el otro día hablaba Don Jesús.
Esta idea sobre el papel de la cultura frente al despoblamiento la desarrolla muy bien Luis Antonio Sáenz Pérez: “Las políticas que se propongan han de poner en relación la despoblación con un desarrollo que contemple la realización personal dentro de una comunidad en la que la cultura fomente la creatividad, la cooperación y la acogida”. (“Despoblación, desarrollo y cultura: triángulo cómplice”. Luis Antonio Sáez Pérez | Dpto. de Estructura e Historia Económica y Economía Pública, Universidad de Zaragoza. URL de la contribución www.iaph.es/revistaph/index.php/revistaph/article/view/4511)
En la exposición que hice el otro día en Sigüenza hablé de todo esto y terminé con estas propuestas que aquí repito. Para animar este cambio de mentalidad en los pueblos deberíamos ir hacia producción inteligente, es decir producir aquello en lo que tenemos ventaja comparativa: alimentos sanos, nutritivos y sabrosos, paisaje saludable, energía renovable, salud, bienestar… felicidad, en definitiva.
Sin duda que esta nueva orientación para la producción necesita organización y liderazgos y si son colectivos mejor que individuales y no programas (como los Leader) que replican mecánicamente aquí lo de allí ignorando que aquí no es allí. Un grupo base y un reparto de tareas que integre a rurales y no rurales en un mismo objetivo: recuperar los viejos saberes locales y ponerlos al servicio del nuevo modelo de producción y de consumo capaz de animar el desarrollo local.
Es necesario trabajar en red de personas y de colectivos para conocer otras realidades e intercambiar todo el saber perdido que se recupera. Pensar de manera global más allá de 2050 y educar para que la mayor parte de la “gente que se mueve” en el pueblo tenga esa forma de mirar que le permite ver y escuchar lo que ya se está haciendo en otros lugares del mundo para ver qué se puede hacer aquí. El trabajo con los jóvenes es fundamental. Crear condiciones para que los jóvenes participen en el proyecto con sus propias ideas, necesidades y propuesta de soluciones que anime a vivir en el pueblo y a buscar en él su desarrollo profesional. Para ello, y compatible con la vida en el pueblo, es necesaria la apertura al exterior, los viajes, estancias y desplazamientos a otros lugares. Esas cosas que la cultura facilita en un bucle que se retroalimenta.
El nuevo modelo de desarrollo centrado en el bienestar se basa en que lo pequeño es hermoso y en una sociedad global lo pequeño se defiende mejor en colaboración con otros y cooperando. Esto incluye la colaboración interna en el pueblo y externa con otros pueblos y ciudades (trabajo en red de pueblos y de personas). Para el trabajo en red no hay fronteras. La valla que separa pueblos y ciudades es solo ideológica, es virtual, es una construcción social que a alguien parece venirle muy bien sostener todavía hoy en una sociedad caracterizada por la movilidad real y virtual, y por eso hay que animar la llegada de personas de fuera y su integración, en su doble sentido, aprender lo que ellos aportan y enseñarles lo de aquí (vecinos y viajeros sí, turistas no). Lo pequeño es hermoso y la diversidad es maravillosa.
Y además, las instituciones deberían trabajar para apoyar esta forma de desarrollo local facilitando la tramitación de permisos y licencias para las nuevas actividades, apoyando la creación de equipos “desbrozadores de burocracia”, mejorando la red de transporte y de comunicación, impulsando iniciativas de consumo de proximidad (kilómetro cero), aplicando programas de formación no presenciales que refuercen estas formas de actuar, liderando la lucha contra el cambio climático y entendiendo que los pueblos “ya son mayores” y tienen capacidad para tomar sus propias decisiones, y especialmente, en política económica. Sobre todo, cuando en otros ámbitos de decisión (CCAA, Gobierno central, UE…) parece que poco o nada se hace para frenar la concentración de la población en grandes ciudades y para avanzar hacia un sistema agroalimentario y un modelo de desarrollo rural pensado por y para las personas, su salud y su felicidad.
Alba, hija, hiciste muy bien no haciéndome caso. Un beso.
Emilio Barco
En Alcanadre a 29 de noviembre de 2019. Publicado en el Diario Rural