En el Colegio Federico García Lorca, en El Real de la Jara, no hay timbres que anuncien el final del recreo. Los alumnos saben cuándo acaba el tiempo de descanso. Forman una perfecta fila para volver a las aulas. Ni una palabra más alta que otra. El silencio se apodera de estas instalaciones levantadas en la década de los 90 y que tienen como telón de fondo el castillo que se alza en lo más alto del pueblo.
La quietud sonora se extiende en todo el municipio, situado en la frontera con la provincia de Huelva y a pocos kilómetros de Extremadura. Una localidad de la Sierra Norte -ahora llamada Sierra Morena de Sevilla- que sufre también las consecuencias de la despoblación, la llamada España vacía.
Con 1.600 habitantes, esta localidad cuenta con uno de los centros educativos denominados semi-D, pues a la Educación Infantil y Primaria se suma el primer ciclo de la ESO. Según José Antonio Gil, director del García Lorca, en la provincia hay “seis o siete colegios como éste”. La mayoría ubicados en pueblos alejados de la capital y con escasa población. “Están situados en lugares sin institutos, para que los menores no tengan que desplazarse todos los días a otro municipio”, explica Gil.
Este tipo de centros ha saltado a la palestra informativa recientemente después de que en la provincia de Granada trascendiera la supuesta intención de la Consejería de Educación y Deporte de suprimirlos, extremo desmentido por el propio consejero Javier Imbroda, quien detalló que la intención era, precisamente, la contraria: aprovechar las instalaciones educativas que se iban quedando vacías por la bajada de la natalidad.
Los adolescentes del Real de la Jara que acaban segundo de la ESO en esta escuela rural han de continuar las enseñanzas obligatorias en el instituto de Santa Olalla del Cala, situado a unos 10 kilómetros, lo que les obliga a trasladarse a diario en autobús y supone un enredo administrativo, ya que sus expedientes académicos pasan a estar compartidos por dos delegaciones: la de Sevilla y la de Huelva. “A ese centro van estudiantes de seis pueblos”, refiere el director del García Lorca.
José Antonio Gil desempeña este cargo desde hace 15 años. “Algunos de mis alumnos son ahora concejales del Real”, incide. En una década, el colegio ha pasado de contar con 226 alumnos a 146, síntoma evidente de la despoblación que sufre la comarca. Cuando asumió la dirección había problemas de convivencia, causados la mayoría de las veces por las diferencias de edad, motivo por el cual decidió diseñar un nuevo programa de centro basado en la enseñanza emocional.
A partir de entonces, desaparecieron los timbres y las puertas del colegio están abiertas siempre. La expresiones “gracias”, “por favor” y “perdón” se han vuelto constantes entre los estudiantes. Y la diferencia de edad se ha convertido en un elemento de integración. Ejemplo de ello son las actividades de teatro que desarrollan en la residencia de ancianos del pueblo, donde los más pequeños son guiados y protegidos en el camino por los mayores. También se han puesto en marcha diversos talleres, como el de ajedrez, y se han implicado más las familias, que han llegado a dirigir el periódico del colegio, El Mochuelo, redactado por los escolares.
“Es un plan de centro muy elaborado, que requiere mucho trabajo y en el que hay que integrarse” destaca Gil, que detalla que en el aula los tutores trabajan cada semana habilidades sociales como la resolución pacífica de los conflictos, la negociación, la empatía, el diálogo y el respeto a las ideas contrarias.
Una de las ventajas de las escuelas rurales es la atención personalizada que reciben los alumnos en ellas, gracias, en parte, a lo poco masificadas que están las clases. “Aquí hay 10 estudiantes, como máximo, en un aula”, concreta el director del García Lorca. Una situación muy distinta a la que se enfrentan cuando van al instituto, de ahí que se intente demorar “lo más posible” el traslado al centro de Santa Olalla,ya que eso redunda “en la calidad educativa”.
“Hay ocasiones en las que tenemos hasta tres profesionales en el aula: el maestro, el de apoyo y el de pedagogía terapéutica. Eso es un lujo, teniendo en cuenta los problemas que existen actualmente en otros centros de la capital y de municipios más grandes”, expresa Gil.
Frente a esta ventaja, un obstáculo: la escasa permanencia de la plantilla docente, formada por 18 profesionales. De ellos, 10 o 12 cambian cada curso, ya que es un destino, en mitad de la sierra, que pocos maestros desean, debido a la lejanía con su residencia habitual. Aunque hay excepciones. Una de ellas la protagoniza Marisol, maestra del último curso de Infantil, quien trabajaba junto a su marido en un colegio de Brenes, donde habían comprado una vivienda y tenían puesto fijo. En una visita que realizó el director de la escuela del Real de la Jara se interesaron por el proyecto de centro que les presentó y decidieron venirse con sus tres hijos a este municipio. Y aquí llevan ya tres cursos, desarrollando la enseñanza emocional con los más pequeños.
Algo similar le ocurrió a María José, maestra de Primaria. Hace 14 años vino de Granada al Real de la Jara, donde la Junta la había enviado como “destino forzoso”. “Mi pensamiento, entonces, era pasar aquí dos cursos y luego volver a un colegio cerca de donde vivo, pero al estar aquí y desarrollar el proyecto del centro, me gustó tanto que decidí quedarme. Hasta me he casado con un realeño bético”, refiere esta docente, que exhibe la camiseta del Granada Club de Fútbol.
Una de las peticiones que realizó la dirección del centro a la antigua consejera de Educación, Sonia Gaya, y que también envían a Imbroda es la de crear puestos específicos en este tipo de colegios. “Como ocurre en zonas necesitadas de transformación social, también aquí requerimos docentes implicados con nuestro proyecto educativo y que permanezcan por largo tiempo”, abunda Gil.
Al margen de la inteligencia emocional, en el CEIP Federico García Lorca también se interesan por el devenir de los niños y jóvenes que pasan por allí. “Intentamos cambiarle la idea que tienen sobre su futuro laboral. Muchos quieren abrir una tienda o trabajar de camarero en un pueblo que ha ido perdiendo población, sobre todo, desde que cerraron las minas cercanas. Eso no es un porvenir seguro en un municipio con poco más de 1.500 habitantes”, señala Gil.
En esta localidad el Pfoea (antiguo PER) se ha convertido en la tabla de salvación de muchos hogares. “La agricultura y la ganadería sólo proporcionan trabajo durante unos meses”, recuerda Gil. De ahí que por su calles se vean a hombres y mujeres arreglando pavimentos en las obras del programa de fomento del empleo agrario, que les garantiza unos ingresos los meses que no están contratados en el campo.
“Por este motivo, queremos fomentar en los alumnos la conciencia emprendedora, para que permanezcan en el municipio y creen sus propios negocios a través del aprovechamiento de los recursos naturales y patrimoniales que atesora El Real. Uno de los cauces en los que más insistimos es en el turismo activo“, añade Gil.
Los alumnos están de nuevo en clase. La vida en el Federico García Lorca continúa con total tranquilidad. En unas instalaciones en perfecto estado de revista. Aulas amplias. Sin masificar. Con un profesorado implicado en el proyecto educativo. El paradigma de escuela ideal a 80 kilómetros de la capital.
Fuente: Diario de Sevilla. Diego J. Geniz. Foto: Juan Carlos Vázquez