María Sánchez, el feminismo en el campo

La veterinaria cordobesa, joven, se sale de horma. Rondando la treintena plantea un contrato social, un feminismo que tenga en cuenta el mundo rural: con sus tiempos, sus creencias asimiladas para combatirlas desde dentro.

María Sánchez, el feminismo en el campo

Pero también para batalla contra unos tópicos que asumen como inevitables. Frente a un feminismo que se foguea en las redes sociales, María Sánchez sabe que fuera de las ciudades el agro es un apriorismo sin media reflexión. Le afecta la etiqueta publicitaria de “La España vacía”, que ve como puro márketing de urbanitas de domingo. Es una heredera de Delibes que ha venido a darle voz al campo.

Hay un universo que empieza donde acaban los socavones urbanos. Un universo menestral, esforzado, conservador, donde las conquistas sociales tardan en llegar. El mundo rural es mucho más que esa postal plácida que nos dan los «columnistas de domingo» que entienden el campo como un lugar para sentirse Fray Luis y volver a Madrid, a las horas, con un perro en el capot y las ‘chirucas’ oliendo a vaquería. Pero el campo existe, y la España vaciada -término que horripila a nuestra autora- sobrepasa los márgenes y las modas. Por el campo pasa la cencellada y la intrahistoria unamuniana de quienes lidian con los filetes vivos y estabulados.

María Sánchez se sale de horma por escribir de las cosas del campo -como Múñoz Rojas- sin apriorismos de pitiminí y con conocimiento de causa. Ella, veterinaria, escribe en los ratos libres, «cansada» del duro bregar y satisfecha por hacer del agro un universo literario, ensayístico, donde las voces perviven. La madurez escritora desmiente su DNI, y también la muñeca ensayística que nos sostiene que los pueblos también precisan de su 8-M y de su revolución feminista. En su novela más reciente no hay esa alabanza de Aldea y menosprecio de Corte de los clásicos, sino una mayéutica tranquila como un atardecielo en Los Pedroches. Poned aquí o los Arribes o Los Torozos; o donde sea, voto a Dios. Sánchez ha pasado antes por el poema, con ese afán letraherido de quien sabe que el lirismo del campo o es poema o no será. Su poemario Cuaderno de campo fue una muestra de que el medio rural debe ser cantado sin los tópicos de antaño y de hogaño: «Tuve que escribir y publicar un libro, Cuaderno de campo, para que las historias de mi familia comenzaran a caminar solas por la casa sin miedo ni pudor. Y no fue de manera consciente, quiero decir, en casa las cosas se sucedían y ocurrían sin prestarles importancia ni reconocerlas».

Y es que esta declaración de intenciones, de primeras, nos da ya a una autora que no quiere ir a Barcelona a ventear su teoría del horizonte ancho porque sabe, quizá, que antes que el marketing fue la idea, el programa, el descubrimiento callado de las mujeres calladas (sic) del campo a las que ella pone voz. Acaso porque, como nos dijo el pasado invierno, los comentarios «más machistas» que le han proferido han venido siempre desde los círculos culturales». Lejos de modas, María Sánchez piensa, proyecta, ilustra su cosmogonía del feminismo rural a través de sus miedos, de esas imágenes que marcaron su infancia

En su ensayo confesional en Seix Barral Tierra de mujeres nos habla de genealogías de hombres y mujeres condicionados por la cosecha, sin que en una finca de Los santos inocentes en pleno siglo XXI nada, nadie, haya ido a decir que se acabaron las cadenas. Es por eso que nuestra perfilada se sale de horma, frente a la ligereza #TT de Dolera, Sánchez propone un nuevo contrato social de la mujer en el agro: frente al esnobismo, Sánchez hace pedagogía tranquila. Tranquila y guerrillera, que aquí la poeta del campo nos reivindica que el agro es femenino y los urbanitas vanguardistas van olvidando un silencio de género que, más que silencio, es un clamor de injusticia.

Esta definición de su motor creador, pues, evidencia que la joven veterinaria vio brotar la escritura como un fruto arbustivo y salvaje; había que contar un mundo muy particular y así Sánchez mezcla la memoria y el activismo y las lecturas caóticas y necesarias de la estudiante de Veterinaria en Rabanales -Córdoba- que vio que sí, que la Historia ha hecho un aparte con las mujeres rurales y que éstas, al margen de las consignas de las grandes ciudades, quedaban muy lejos en Range Rover de lo que en verdad pasa, que es España.

A esa intrahistoria unamuniana no hay que acercarse con ese prurito de los que se subían a Guadarrama a olerle los pedos a los gerifaltes de la ILE, que también, sino a la luz de una veterinaria henchida por el rayo y en su mitad, poeta. Sánchez tiene la cortesía primera de dejar la paramera a los del páramo, el campo a los del campo, y después ir dando puntada con hilo de la razón última de por qué en los campos de España la mujer ni pincha, ni corta, y sí que tiene que preparar afanosamente -y por una injusta norma atávica- el arroz con pichones.

El arribafirmante viene ya cansado de manuales de improviso y escasa carga argumental al calor de los movimientos sociales que más pueden rentar al editor; lejos de este vicio María Sánchez piensa, proyecta, ilustra su cosmogonía del feminismo rural a través de sus miedos, de esas imágenes que marcaron su infancia: «El medio rural era el sustrato en el que mi familia, tanto materna como paterna, ha ido entranándose y sucediéndose: el huerto, la despensa, los alcornoques, encinas y olivos, los hermanos, animales, compañeros de trabajo y sustento. (…). Mi infancia es un destello: las manos de mis abuelos, las vendas y las navajas para hacer los injertos, los corderos sin madre, las cabras viniendo a la llamada del pastor, los jerséis de Lana, los libros y manuales de veterinaria de mi abuelo…».

Con 30 años tiene Sánchez las ideas claras. Ni envidiada ni envidiosa, el universo rural sí tiene quien reclame la igualdad allá donde se pierden los caminos y los inviernos son tan largos.

Un artículo de  Jesús Nieto Jurado publicado en El Cultural

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