Y lo han conseguido gracias a la oportunidad que les ha brindado Insersa, la empresa líder de servicios mineros de capital andaluz, con sede en Riotinto (Huelva). Es cierto que los métodos de trabajo en el sector han cambiado mucho en los últimos años. Y que el paso de la mecanización y el esfuerzo físico a la robotización facilita el paso a las mujeres. Pero, como afirma Inmaculada Escobar, al principio, cuando comenzó a hacer las prácticas, “había muchos hombres que ya habían manejado máquinas, aunque no fueran las de la mina; aunque la vida haya cambiado –añade– esto es lo que han hecho ellos toda la vida”.
Las dos, ella y Alejandra Alcázar, empezaron de cero. Las dos son de Nerva (Huelva) y sus circunstancias eran similares a las de miles de mujeres de los pueblos de Andalucía. Alcázar, de 27 años, tiene el título de auxiliar de enfermería y trabajaba esporádicamente en ayuda a domicilio y en la residencia para mayores del pueblo. En el momento en el que salió la oferta, estaba parada. La vio en la página de Facebook de la televisión local de Nerva y envió la solicitud. Cuenta que, dada la cantidad de candidatos que se presentó –era una oferta para la gente de la cuenca minera y acudieron unas cien personas– se tuvieron que habilitar varios espacios en Nerva. “Recuerdo que había mucha gente, como 30 personas, 10 de ellas mujeres. En la entrevista, me preguntaron que si conocía la minería, si tenía familia que hubiera trabajado allí, y sí, mi abuelo estuvo manejando camiones, mi padre ya no, se dedicó a la construcción”.
Inmaculada Escobar, por su lado, dice de su vida que es “una cosa normal y corriente”: fue la última de cinco hermanos. Sin estudios más allá del graduado escolar, llevaba trabajando desde los 18 años en el campo, en ayuda a domicilio, limpiando bloques, en la residencia geriátrica, en manipulación de naranjas y envasado. En todo lo que salía. En la entrevista, fue sincera: “Les dije que no tengo estudios pero sí muchas ganas de trabajar e interés. Les dije que quería salir de mí entorno laboral, que estaba cansada. Quería demostrarme a mí misma que servía para trabajar, aspirar a algo que diferente a limpiar casas”.
Fueron elegidas. Y pasaron por un curso teórico de una semana, prácticas de algo más de un mes, un contrato de prueba y, finalmente, hace un mes, el contrato ya de pleno derecho. Al principio, iban acompañadas en la máquina por un perforista veterano, luego solas pero vigiladas de cerca y ya finalmente sin supervisión. Su trabajo consiste, según explica el jefe de Obra del departamento de Minería de Insersa, Laureano Pazos, “en realizar taladros (agujeros) con un diámetro de perforación y una profundidad, siempre manteniendo unos parámetros específicos”. Esos parámetros vienen determinados por un diseño técnico previo (una malla de perforación) y el objetivo es que cuando lleguen los encargados de los explosivos, la voladura sea “eficiente económicamente tanto para el contratista como para la propiedad”.
Es un trabajo en el que, sin hacer falta una preparación académica de gran nivel, la experiencia y la precisión son muy importantes. El esfuerzo físico no existe y es el manejo de los mandos lo que determina el éxito. “Sólo cuando se te cae una barra –la máquina tiene cuatro, que son las que perforan– tienes que recurrir a ayuda física, porque hay que levantarla y pesa cien kilos”, afirma Alejandra Alcázar, que confiesa que eso le ha pasado “alguna vez”. Su compañera, Inmaculada Escobar habla con pasión de de su trabajo: de qué hacer si el terreno es duro o blando, de las complicaciones que hay si hay agua, de si se atascan las barras si no sale polvo del suelo…
Ella considera que está en fase de aprendizaje y ahí entran sus compañeros, de los que alaba su paciencia a la hora de enseñar el oficio de ser minero. “A mí aquí me cuidan todos super bien”, afirma por su lado Alejandra Alcázar. Ambas, no obstante, reconocen que al principio impresiona estar rodeada sólo de hombres durante la comida. Mujeres sólo están ellas (sin coinciden en los turnos) y la camarera. Nadie más. Pero con el tiempo, dice Inmaculada Escobar, “yo no los veo como hombres ni ellos a mí como mujer; somos compañeros y cada uno me enseña lo mejor que sabe”.
Las dos están dispuestas a hacer todo lo necesario para estar mucho tiempo en la mina. “Ojalá”, dice Alejandra, que incluso se muestra dispuesta a hacer trabajos fuera de la cuenca. “Me gustaría quedarme aquí, al lado de casa, pero si me ofrecen ir fuera no voy a decir que no”, afirma. Inmaculada le da mucho valor su situación actual: “Es la primera vez en mi vida que tengo un contrato así y la primera vez que voy a trabajar contenta. Estoy contenta, es un regalo que tengo y lo quiero aprovechar”. El agradecimiento sobrevuela toda la entrevista, y al final de ella, sin pregunta de por medio, afirma: “Con nosotras, la empresa se la juega, porque nos da deberes a las que no estamos acostumbradas. Es un voto de confianza para que podamos destacar, aunque estemos aprendiendo aún. Eso no lo ha hecho nadie”. Alejandra, por su lado, enarbola su condición de pionera: “Sobre todo, estoy orgullosa de abrir un camino a las mujeres”, dice. Agradecimiento y orgullo se unen en una historia que, en realidad, está sólo en el principio.